De los antiguos aullidos queda el eco
y una distancia borrosa que sucumbe
al amanecer de un nuevo día.
La taza quema entre mis manos;
retiro las cortinas buscando esa misma calidez en el rostro,
pero el calor del día es inabordable.
Y aquí,
cada latido un trueno esperpéntico
que hace temblar los cimientos del alma.
Qué más da,
si no hay otra paz ahora
que la del propio dolor
que muerde todas y cada una de las palabras.
Más abrazo al silencio,
trago de café caliente,
sueño helado,
voz de escarcha que grita un silencio
prendido a la piel:
craso error coser a tu voz mi fe.
El cuerpo volátil
se llena los bolsillos de piedras;
es el final del viaje
ahora,
más allá de la niebla,
debo aprender a respirar
con los ojos asidos a la tierra.
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