Sellar los labios, claro,
pero ¿y si sale en llamas el silencio?
¿dónde podré esconder
todo el ahogo que arde dentro?
No sé quién dio el último beso
a la ilusión,
pero el sello nunca fue suficiente.
Y hoy, que debería ser no,
a pesar de las súplicas de mis atardeceres,
en las palmas de mis manos oigo un cielo llorar
como el que quiere regresar
pero no puede.
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