No voy a decir nada más.
Habría jurado que era capaz,
pero quizás venció todo lo demás
y no supe reaccionar a tiempo.
Ahora sólo queda la espada del as,
la angustia de saberme rodeada
de números helados.
Y ni siquiera estoy ahí para decirme
que todo saldrá bien,
para tenderme una mano.
Cierro los ojos, no quiero hacer daño a nadie
con esta temblorosa inseguridad.
Pero el cansancio empieza a notarse
en mi propia piel;
aunque me niegue a estar cansada.
Voy a seguir
oyendo el ruido monótono
de la gota de vida golpeando
la caja de metal que protege el corazón,
pero al final
el agua acabará por desbordarse,
y esa riada será mi única palabra
cuando firme la capitulación.
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