Dulce


Era dulce.
Aquel tiempo en que nos adueñábamos de las tardes,
y nos describíamos las hojas
caídas de los árboles;
todo eran cuadraditos en tu pecho
donde me acurrucaba
al son de un beso de aire que nunca se posaba
para no marcharse.

Tenía tu voz en mi oído.
Y me gustaba saber que me querías
y que un poquito
yo también te quería.
No, no estoy triste,
no derramo añoranzas a destajo, no.
Llorar no se hizo para mí.
Pero era dulce saber,
era tremendamente dulce saber
que estabas ahí.

Fumos enigmas a la luz de las velas,
espectros vacíos
buscando unos dedos con los que jugar.
Dos corazones atados
con un hilo tan delicado
que apenas se veía.
Fuimos. Éramos. Hemos sido.
-me pregunto si seremos siempre,
si somos todavía-

Porque era dulce despertarse con la poesía
sentada en tus labios.
Saberte entre mis brazos 
siendo niebla,
al calor de una luz tímida en mi escote,
media sonrisa
y un beso con alas volando hacia el Norte.

Éramos sorbos de timidez
y temblor en la piel al servicio 
del aliento.
Y era tan mágico saber que todo era silencio...
En el fondo, fuimos valientes.
Por enfrentarnos a la máscara que miente
y admitir
que sobre nuestras cabezas
pendían las promesas
que hacían silenciar nuestros latidos.

Y ahora, 
que la noche coge ese cariz taciturno
y gris,
ahora que la noche susurra los versos al vacío
dime, ¿sigues ahí?
tenemos el cielo partido en dos
y no podemos cruzar al otro lado. 
Pero sí, ambos lo sabemos, ahí estamos.
En nuestro silencio agrietado,
detrás de las luces,
por una calle estrecha de recuerdos
que nos dan la mano y sonríen con nosotros.

Y son dulces.





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