Y etcétera


Caminar
a través del mar abierto
de la memoria dañada
por un cristal templado;
esperando una tormenta
que aplaque la innegable incertidumbre
de no ver más allá de esas palabras
escritas a fuego.

En la recámara de la añoranza,
alguien sigue sonriendo
sin consciencia.

El letargo infinito de los versos,
la eterna voz sesgada por el tiempo
que no tuvimos.

Y entonces,
empieza el invierno.
Y bosteza miedos,
y ahoga los latidos
bajo un cielo muerto,
para que no griten
acordonando el cuerpo
como si aún estuvieras.

Ya lo dice la tristeza;
ahora es un puñal
y dos silencios.

Y etcétera.

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