En crujidos


Desde que tú te has ido
no nacen margaritas en las piedras
y tirita la ilusión apuñalada en ambos ojos.
Tengo en las venas todavía
los restos del atardecer
que nos llenó los dedos de besos,
y aunque sea poco, 
llevo demasiado tiempo
detenida en un espacio baldío
donde las luces se quiebran
al son de mi voz rota
que grita tu nombre
y lo deshoja.

Ahora es un dolor tan preciso
que rompe los papeles
y afianza una eternidad miserable,
mientras rasga un corazón
cansado de latir consigo mismo.
El frío anega la nada que me queda
y la luz me clava sus uñas en la frente.
Me deshago temblando entre preguntas
¿Llorará también el sol ausente?

-la Z se esconde y no responde;
la A oculta el rostro incomprendido-

Como si no tuviera piel,
siento todavía el sueño arder en carne viva,
y me arrastro por dentro llevando conmigo
lágrimas y flores aturdidas
que en su momento hicimos arder.

Cómo deshacerme de la estupidez

que ancla en mis dedos tantos versos ahogadizos.
Sin quererlo querer,
estoy deshaciéndome en llorosos crujidos.

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