Con los ojos cerrados


Derroché las palabras
en un vómito absurdo de locura
que no supe frenar.

Ahora el infinito me duele en las nubes
cuando miro hacia el cielo
y sé que estás,
quizás sonriendo,
quizás con una lágrima vergonzosa
que no debe salir,
mirando el mar que nos sostiene
en un oleaje demasiado asustado
para llevarnos al siguiente amanecer.

Es infame la distancia
y jamás se molesta en asumir
su parte de culpa;
nosotros correteamos
pensando que jugamos con silencios
que nos hacen sonreír,
pero en el fondo
sabíamos que era cuestión de tiempo
que el no y el sí tendrían que batallar
para decidir cuál de los dos se quedaba
anclado en nuestras manos.

Decidimos acabar el día con los ojos cerrados.

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