Aunque no esté



     Han pasado días. La niebla ni siquiera ha empezado a disiparse. Sigo oculta tras las palabras brumosas que salen de la boca áspera. No espero nada. Absolutamente nada. Es ese dejarse llevar hacia nada, por nada, y sin nada.

     Oigo cómo se ríen las piedras en mis bolsillos. Sus carcajadas húmedas rompen mi silencio tan pacífico, tan doloroso... Puede la paz ser dolor? Sí, claro que puede.

     Han pasado días. Y ni el tiempo se relaja ante el temblor de mis manos ausentes. Hace tiempo que se han ido, y no sostienen ni siquiera la pluma con la que dibujo lamentos a cada lado de la página. Pero estoy tranquila, porque sé que es cuestión de tiempo, aunque sólo con intentar hacerlos salir, se agarren más a la corteza de mi estómago y ni siquiera sea capaz de vomitar los recuerdos. Quizás debería dejar que acaben por ahogarme si sólo respiro aire negro que encharca mi cuerpo, y ni siquiera es realmente aire.

     Me revuelvo entre cenizas que no aportan ni una sola sonrisa ardiente a mis labios. La mecánica se olvida con los años, y tengo demasiados ya a mis espaldas como para seguir recordando lo que no debí haber aprendido, lo que con el tiempo siempre se va perdiendo, lo que no tuve jamás en mis manos y quise encerrar en cuatro versos.

     Cómo se acaba aquello que no tuvo principio? Cómo cerrar una puerta cuyos cerrojos he diluido en ácido de olvido, de silencio. Sé que no fue una mentira, pero ahora, ni siquiera soy capaz de distinguir las luces del silencio, la música del aire quejumbroso que pierde el aliento ante mis ojos.

     Canta al anochecer un cielo demasiado negro. Maldigo el sarcasmo de la vida que pasea entretenido en dibujar pasiones que acaban siendo espadas. Clava la navaja dorada en mi memoria, arranca lo poco bonito que me queda, si ya no me sirve de nada... navegar sin rumbo, caer sin fuerzas, y sonreír cada vez que me levanto, como si todavía pudiera ganar esta batalla, como si pudiera salir victoriosa de esta guerra.

     Más allá del faro, la luz sólo brilla para los valientes. Me ha de devorar la cobardía, los pasos mal dados, el terrible error que cuelga a mis espaldas. El fracaso.

     Reflexiono que la vida es una broma macabra, un sinsentido escondido dentro de mi cama. Y cuando no puedo dormir, se agarra a mi garganta y ahoga cualquier sueño que pugna por salir. Yo no estoy hecha para sobrevivir; yo no estoy hecha para nada, pero aun así, sigo aquí, aunque me tambalee sobre mis propios pasos; aunque se me desmonten las coartadas que inventé para intentar ser feliz.

Aunque ya no esté aquí; aunque quizás nunca haya estado. 

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