Hasta que vuelva a hablar


Gritar.
En un estanque seco,
volver a gritar.
Las calles se agolpan en mi cabeza,
notas discordantes
que se clavan
en un cerebro demasiado anestesiado
por odas al silencio y al amor.
No sé caminar si no me empuja
esa fuerza sobrehumana que me duerme los sentidos
para despertarlos
cuando sea capaz de volver a hablar.

Me bebí de un trago la sentencia
y deambulé por los oscuros pasadizos
de la inútil conciencia
hasta no encontrarme.
Escondí los errores bajo la alfombra
y me preparé para volver a cometerlos
radiante de una falsa felicidad.

Detuve mi sangre en la curva maldita
donde decían morir todos los ángeles,
pero seguí caminando
sin encontrar más tentaciones
que las que jamás me atreví a pronunciar
salvo en las noches que no pasé durmiendo.
Y a día de hoy, juro ante el despecho
que lograré escapar
de las consecuencias de lo que aún no he hecho,
pero que planeo con total tranquilidad
entre temblores de emoción y desconcierto.

Los retos arden en este cuerpo ansioso;
con su ayuda impagable
vomitaré el azúcar hasta la saciedad.

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