Sin oponer resistencia


Sentada en un taburete azul,
con una taza de café entre las manos,
los ojos pegados al cristal de la ventana
miran un cielo abstracto
que parece querer desplomarse sobre nuestras cabezas.
Son duras las caídas.
Son silenciosas, y aunque no dejan heridas,
sí dejan cicatrices
que me hablan cuando me miro en el espejo.
Se ven en el fondo de mis ojos,
en las puntas de mis dedos.
En los labios cortados que intentan sonreír
escondiendo una canción entre los dientes;
una canción lejana que me recuerda
que a veces los corazones pueden cantar,
pero a veces también pueden romperse.
Yo no estoy rota, sólo algo quebrada
y ligeramente vacía;
agitada en una confusión
que se sienta en mis rodillas a mirarme,
dispuesta a devorarme.
Y no opongo resistencia;
sin tener siquiera ganas de vengarme
me dejo ensimismar por recuerdos
que ya no dejan sombra en las paredes
de mi cuarto.
Me faltan palabras
Me pregunto si sientes también
que te faltan palabras.
Es como si lloviera en el vacío
que ha dejado tu voz en esta casa.
Es como si el aire fuera denso
y conjurara con un huracán que desfallece
por momentos,
que se rinde ante un silencio
que me arde en las entrañas.
Qué difícil morderse los labios
cuando los gritos apuntan hacia una niebla espesa
que se atora en la garganta.
Qué difícil sonreír a lo mundano,
 a la cordura que acecha tras la puerta,
cuando en una nube se escapa mi aliento
entumecido por voces que calientan.

Sentada en un taburete azul
con una taza de café entre las manos,
me doy cuenta que se dibuja un velo gris
que amenaza con una lluvia eterna.
En este paisaje falta una azotea...

Con media sonrisa adormecida, me levanto,
camino despacio por un pasillo largo
hasta llegar a la puerta de mí misma.
Muerdo el miedo,
araño una esperanza espeluznante
que grita mitades de poemas.
Apago las luces una a una.
Me propongo vengarme del destino
derritiéndome.
Perdiendo la noción de aquello 
que se va
sin nunca haber sido.

Son finales escritos. 

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