Son días fríos estos que rodean
esta estúpida calma.
No hay nada en los estantes,
nada en el pecho,
nada resonando en las paredes
de las venas
que fluyen en una aspereza agria.
No tiene sentido desandar lo andado;
las lecturas repetidas no aportan
más que un silencio más grande todavía,
y una bruma densa
que ciega los ojos
que siguen buscando.
-cuencas vacías desafiando el viento,
derrochando esperanzas-
Y el agua rebosando la mirada,
el cuerpo engalanado de recuerdos,
el alma desbocada por los versos
extendidos en el suelo,
agonizando en llamas.
Revive y muere en cuatro palabras:
"no puedo seguir, vida."
¿Vida?
Anclada en las garras del océano
es la muerte la que toma la ventaja.
Y la sal en la herida es tan liviana
que a día de hoy ya no comprende
que hay hogueras que el silencio apaga.
Sólo escuecen en la piel cubierta de escamas
que arañan
cualquier mínimo movimiento.
Es la suerte propia de los culpables
que se visten de inocentes:
y hacen la confesión inevitable:
muero cada vez que me llamas vida.
Ámame el amor y dime muerte.
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