Amaneció en pálido.
Las calles en meandros
escondían en sus giros
tres pasos mutilados y uno inerte;
el que iba siempre hacia atrás,
el que predecía la muerte.
Se posó sobre los párpados la noche
y fue la niebla oscura la que dijo
que no habría regreso;
sólo un pequeño sueño,
diminuto y oxidado,
en la punta de los dedos.
Al amparo de la voz incomprensible,
las tristes caléndulas morían
en medio de un silencio tenebroso.
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