El sol cegó la esperanza
del beso ajeno,
y dos palabras
-dos-
pintaron la luna en mis pupilas.
La tormenta asoló las luces del tejado,
y fueron eclipse de vida
todos los sueños.
Con una frágil esperanza
dibujada,
paseé por los arrabales desiertos
que rodeaban la plaza.
Debía llegar al jardín,
pero estaba siempre la puerta cerrada.
En ese caminar desamparado,
nunca hallaba nada;
sólo el frío acero en la mirada
del que sabe que no verá
más
que una sombra desencajada.
Pasadas las tres semanas de rigor
-del rigor mortis del alma-
volví
y encontré la tierra quemada
y sobre mí,
esa lluvia
que todo lo empapaba
a sabiendas que cada vez sería más pesado
el peso en la espalda.
Con el error en el estómago,
sentí la claridad diáfana entrando en mi cuerpo
-me dejé iluminar por los recuerdos-.
Era un coma fatal
donde estaban muriendo los versos.
Al oído me dijo que hay silencios
que son finales que se anuncian
antes del inicio.
Hoy camino con un poema suicida
entre los dientes
y la voz herida.
Cierro los ojos;
el mantra se repite en la memoria:
I know it's over, que decían...
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