Fade to black

Hoy no es un día cualquiera;
hoy estoy tan lejos que no puedes oírme.
Hoy soy un atardecer amordazado
que se cae en pedazos.

No he querido escribirte la carta
que te prometí;
habría sido sal en la herida,
-qué innecesaria-,
así que me he atado las manos
al ahogo del corazón
para prometerle volver a latir.

He intentado vivir
-segundos largos-
enfrentándome a miedos y distancias;
he mirado el mundo a través del cristal
sin decir nada,
siguiendo el dictado de una voz partida,
que repetía
que ya no escuchaba.

Lo entiendo,
en parte, prometo que lo entiendo,
-aún valen algo mis promesas-
pero, ¿sabes?
creo que fui incauta;
fui un desastre magnífico,
tanto como...
-no sé si habrá algo tan inmensamente grande-.
Fui la evasión tendida al sol
mientras la noche onírica temblaba.
Fui el abrazo y el dolor.

Con la ilusión envejecida,
me miro por dentro,
y sólo tengo un dolor que brilla,
-ay...-
un dolor que gana cada día.
Un pedazo de fuerza que ha caído
al más frío infierno.
Una bífida herida.

No hay en el suelo
ninguna palabra que pueda recoger de mí
ni para mí.
Cómo hablarme,
-cómo hablar-
si tengo el recuerdo en la garganta
si apenas sé dónde estoy...
¿Cómo llegué hasta ti?
Nadie comprende...

Creo que no soy consciente.
Mírame
mirando el corazón.
Diciéndome a mí misma
que fue amor,
porque siento que algo hiere.
Y sangro en sueños.
Porque presiento que me voy.

Pero fíjate,
qué inquietamente dormido está el Mediterráneo,
qué extrañamente calmada la Cantábrica,
qué claro el cielo,
qué callado el silencio,
que paz tan árida...

y en los labios vacíos,
qué pálido el discurso...
Ahora
todo es otro mundo
y yo no quiero...

Arraigada a la tierra,
aura de cemento,
maldiciendo los errores enlazados a mis dedos.
Ojos rojos,
plenitud abrumadora.
Dios, el alma huele a cementerio...

Me lleno de hielo
porque intuyo 
hojas vacías como la máxima pena.
Temblando,
dispongo las flores amarillas y un murmullo,
y escupo el ardor que me abrasa las entrañas.

Abrazada a la tristeza,
cubro el altar con la mortaja.

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