Llamas

Pusimos la cerilla en las ventanas.
Nosotros lo hicimos.
Y bajo el incendio,
escondiendo las brasas debajo de la cama,
todavía sonreímos.

Eran tiempos azules.

Luego cayeron las hojas de los árboles.

Todas.

Una tras otra.

El camino de abedules
fue la última alfombra. 

Y todas las hojas caídas,
todas,
fueron de repente
hojas rotas.

Y a pesar del ruido,
fui capaz de distinguir el crujido.

El de los pasos de nadie.

Los oía irse.
Casi los vi marcharse.

Y se derrumbó el tejado.
Y las luces se apagaron.
Y aquella lluvia empezó a temblar,
y por añadidura,
los relámpagos ardiendo en el costado.

Pero una tarde suave de Agosto
llegó un atardecer
que nos clavó los ojos.
Y nos puso uno a cada lado.
Y nos miramos.
Y lo supimos.

Somos las llamas
que nunca apagaron.

Comentarios