Olas del Norte

Recordaré siempre las frías olas del Norte helándome las manos,
la visión borrosa de las letras
que se hicieron mariposa al cruzar la calle,
el temblor de los labios.

Pero a pesar de la fuerza que se empeña
en ser parte de mi herida, algo solloza;
nunca tuve el corazón acostumbrado a los silencios
del amor perpetuo,
a la esperanza que destroza,
al miedo.

Y por más que intenté que la espada no se clavara en los ojos,
nunca fui tan valiente como para cerrarlos
y seguí mirando esa preciosa luz
que me enseñó
que las almas saben alzar el vuelo cuando menos lo esperas;
basta la caricia de un dedo en una letra,
el susurro de una tarde entre los brazos, 
una voz en la niebla.

Y los mares entonces son pequeños para huir
de un Sur ardiente,
de la serenidad inquieta que abraza tu pecho
antes de dormir.

La oscuridad ambigua me viste las horas desde entonces,
y en pleno sueño una voz golpea mis sienes,
y es tremendo este dolor que no se siente
más que al vivir.

Sentir, sentir... no lo comprendes?
he sido incapaz de salir
y sigo detenida en este espacio gris
donde ya no hay flores a las que agarrarme;
que el tiempo ha endurecido el mundo en un segundo,
tan voraz,
que lo ha hecho impracticable.

Y hoy la vida son días que se viven
fríos e inalterables,
como olas del Norte que me hielan las manos
cuando acaricio el aire.

No quiero huir,
y cada tres miro hacia atrás buscando ese todo,
cuando en una lágrima
aparece reflejada esa estrella fugaz
que nos pide a nosotros.

Y se niega a morir



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