Carta a unas manos frías

Hoy escribo desde un pasado borroso
que poco a poco se ha difuminado;
escribo en las paredes
esta cruel añoranza en manos del tiempo,
la que nunca termina.

Hoy voy a dejar que me gane la ternura que tenías
guardada entre las manos
para cada caricia
y dejaré todos los latidos blandos
a la orilla de tu mar frío
para que los encuentres por la mañana
cuando salgas con el amanecer
a recordar un sueño, a respirar la calma
que te aporta
el saber que ya no tienes que llorar,
porque cada lágrima ha perdido el significado
si no tiene un dedo que la venga a recoger.

Hoy me he concedido el volverte a querer
y te evoco en un susurro preso en las costillas;
te evoco,
      y te ajustas todavía
al espacio más nítido escondido entre mis párpados,
en su justa medida.

Entonces me tiembla la emoción desesperada
de vivir en sutilezas
ese beso perenne que dejó tu mirada en mi tristeza;
y siento que me ahogo,
que el tiempo se arrastra por la piel
y deja inmensas grietas en brazos y piernas
que llena de miedo,
de temblor de ilusiones,
de sueños decapitados que no esperan
a pesar de reflejarse en la mirada.
Y me sangran las palabras,
y me dueles,
como si me lloraran todos los atardeceres...

hoy
soy ese desconsuelo de dejarse caer
en el olvido total de la conciencia;
cuando la Primavera escribe cartas de amor
a unas manos frías
y se le llena la boca de tristeza.

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