La única verdad

Es una noche apática.
A media luz, una silueta se retuerce
prendida en la pared;
algo le duele a mi sombra.
Retomo la canción
para acunarla en un susurro mínimo,
pero le falta una mano.
Una.
Y llora. 

Yo no.
Dejé el último llanto a medio hacer en la mesita
y me tumbé para mirar las olas
en el atardecer de la poesía.
-De amor y muerte, por supuesto.
Y quién lo diría!-
Hice tres pasos
que me alejaron de la espina dorsal de mi tristeza
y de tu voz.
Tres pasos.
Tres.
Y adiós.

Y qué bonito disfraz en las palabras
durante este tiempo huérfano!
Espera, ¿cuánto dura el engaño?
¿Cuánto tiempo quema la ceniza
hasta quedarse fría?
No lo sé, 
pero no he abierto la boca
-aún-
para recordarme
que a pesar de todo, sigo viva.
Que al mirarme,
en estos ojos que se esconden
me descuelgo del momento
que me hiere 
y ya soy otra.

Otra.
La que no recuerda velos en los ojos
ni besos en los versos
nublados,
queridos,
preciosos...
pero tiendo uno;
ese,
el que ya no quiero,
el que tenía escondido al final de las pupilas
ahora heridas
de vacío y miedo.

Y no, yo no me miento,
sólo voy abrazada al silencio
y esto es simplemente
la única verdad que no me creo. 

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