Carta de ayer

Mi querido nadie,
soy yo igual que ayer.
O que hace unos meses.
Con esa tristeza sutil en los párpados
y cierto dolor en la lengua
cuando te hablo.
Pero igual;
con el mismo amor desamparado,
acurrucándome en un pecho que no encuentro,
pero que guardo dentro,
como un refugio que puedo acariciar.

He bebido recuerdos durante este tiempo,
mañanas, noches
tardes dormidas en una taza de té.
Pero ahora tengo la memoria herida
y sangra palabras sin sentido,
y no tiene sustento,
y siempre siente frío,
y el eterno latido suspendido
esperando la caricia que lo hará perecer.

Conservo la mortaja de poemas
que cosiste a mis labios
pero siento la boca enmudecida,
la noche huérfana,
la piel entumecida.
Nunca pensé que el silencio colgaría en las paredes,
y sería de mármol, sin tacto,
aferrado a un verso en llamas para no caer.
Pero tengo las palabras que no se dijeron
clavadas en la garganta,
atadas con piel a los sueños descalzos,
y con cada pinchazo
un dolor metálico hace fría la voz.

Y el beso callado,
y el nombre roto,
y el olvido amargo.

Quizás sean sólo los restos de un corazón
partido
en dos.
Pero soy yo,
igual que ayer,
buscando aquel cobijo bajo una lluvia cruel
que no sabe hacer más que llorar
y llorar
y llorar
y es incapaz de creer
que el vacío reina por encima
y por debajo
de la piel.

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