Fin de la partida


Después de la vida iluminada,
que me había sacado de las tinieblas,
volví a ellas.
Fue un camino duro,
adentrarse en las sombras donde todas
estaban atadas a las paredes,
sin caricias de ningún tipo
(ni siquiera de las que están en venta),
sin palabras,
sólo silencios fríos
y caídas al vacío
sin red.

Se me derramó de los labios
la última gota de savia
y después empezó a marchitarse
la ilusión que me habitaba.
Tan mentira era,
tan falsa,
que acabé por morir de una melancolía desatada
palabra por palabra.

Era por los días;
no por una mano,
no por unos ojos,
sino por unos días en lo que la vida parecía
una vieja amiga
con la que compartía tragos
en una oscuridad amable tan pequeña,
tan mía,
que casi me quería.

Y aunque retrocedí en mí misma
hasta buscar el origen de ese mal
tan inextirpable,
tan incurable a pesar de tantas medicinas
inventadas por mi propia sangre,
esa maldtia sonrisa
hecha de humo y tiza
acabó cediendo ante la primera lágrima
que cayó
al terminar la partida.

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