Andar, andar...*


La esfera brillante
ignora las calles pavimentadas de frío acero.
Yo voy, sin haber venido,
y dejo un rastro de palabras rotas
que a día de hoy
carecen de sentido.
Hay neblina en lo ojos
hay ausencia en el pecho,
hay un aire siniestro llenando los pulmones
a golpe de respiración.

Camino.
No hay paz para los que viven
aferrados al olvido más reciente,
al no pensar,
al sólo sentir que lo amado
amado está,
y el vacío que deja
cuando baja la marea y se expande el desierto
es demasiado grande como para mirarlo.

La traición se arrodilla.
Poco a poco se va deshaciendo
a medida que el tiempo me cubre
con el pesado velo
de los días callados.
Soy antagonista de mí misma y a decir verdad,
apenas me importa;
ya se escribió antes un camino parecido
a la servidumbre de mis manos
hacia todos los abismos.

Queda el dolor que no puede ignorarse;
ese dolor que quema con tanta fuerza
que llega hasta el último latido.
Quedan esas quimeras que cantan al oído
y aun oyéndolas,
resistir es el nuevo himno
de mis ensoñaciones.
Porque no hay eco más doloroso
que el de la propia voz ahogada
en el propio silencio
ni aturdimiento más tremendo
que el de la propia sombra en la oscuridad.

Es otra de las lecciones
que se aprende a base de lloros;
probablemente sea también otro tipo de maldad.
Y ante este espectáculo de vientos llenando los ojos,
qué puedo hacer sino andar,
andar...



*Se extiende aquí la sombra de la Rima LVI de Bécquer


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