Salvo el crepúsculo


Ir y volver.
Regresar y volver a ir.
De la oscuridad a la luz,
y de la luz al cubil mortecino
donde duerme un pasado hecho sombra.

Se acerca una noche larga;
llegará colgando de un hilo
tras una puerta que no tengo fuerzas para abrir.
Y una palabra inacabada
cuelga de mis labios,
pues de nada sirve lo que pueda decir.

Hoy me encierro,
callada,
rompiendo a gritos los muros
que hace tiempo se van fundiendo a gris.
Me saco los ojos y, 
si tuviera fe,
diría una oración justo a los pies
del dios de las noches eternas;
una oración de redención y penitencia,
porque a veces hay que forzar el final
de aquello que nunca empieza.

Pero nunca he creído
en aquello que ni se ve ni se puede sentir.
Así que cierro la puerta de hierro
y recojo lo que queda del sí
esparcido en el suelo. 

Ha terminado el tiempo de los versos
y sólo quedan inútiles gestos
(esos, esos mismos,
justo los que no sé descifrar,
pero siguen aquí).

Insisto, si tuviera fe,
haría una oración para salir del ojo
que todo lo ve
Pero ya digo, yo no sé creer.

Así que sólo pido
que enmudezca la luna,
todas las flores,
la Primavera,
que caiga la botella,
el sueño derramado,
la tristeza,
que calle en mis ojos el recuerdo,
la canción bailada,
que no mienta más el tiempo,
que duerman las madrugadas.

¡Que calle el mundo!

Que calle todo,
todo,
salvo el crepúsculo*.


*J. Cortázar

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