Todo cuenta.
El frío,
las cuencas vacías de los ojos,
el estómago ardiente.
Los pies, caminando hacia atrás,
las manos extendidas,
la boca torcida en una mueca dormida.
El silencio eterno.
Tembloroso amor que seduce
un aliento caído.
En el pecho un desgarro
se aferra
a la distancia de los párpados abiertos
a la noche cerrada.
El sueño sedoso.
Las manos,
aire comprimido entre los dedos,
dos palabras,
unidos, caídos,
la premura del poema en los labios
la búsqueda de una voz insensata
que comprenda la urgencia.
El camino secreto e impracticable.
Que ni el alma reconoce en las palabras
el rugido de la creencia inmarcesible;
que ha caído
contra todo pronóstico.
Cree, solamente,
en la carcajada siniestra del destino.
Todo cuenta en el poema desflorecido.
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