En las entrañas
un fango de palabras enquistado
ocupa todo el espacio.
El paso no acierta el destino
y roto el horizonte,
un acorde menor acaricia el oído
sin importar siquiera el origen del lamento:
la áspera ternura en un vacío que subyace
bajo los pasos férreos.
Mecerse en la memoria
deviene una plenitud pequeña:
el eco distante de un recuerdo.
Y tras ese silencio
-sal en los labios, soga a las letras-
susurra el viento la muerte de la poesía.
Arde la sentencia:
se han soltado los versos de la vida.
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