Y no pienso detenerme


Ha llegado el momento que desde el andén
dejo de ver pasar los trenes.
Y no me afecta. 
Porque sé que tampoco tienen intención
de detenerse
aquí,
donde resumo los años
en cuatro palabras breves.
Sostengo la mirada fija en las agujas del reloj,
el tiempo a punto de detonar esta espera tan absurda;
me escondo detrás del ruido de mis pensamientos
y me sumerjo en las alcantarillas de mi conciencia
para descifrar
en qué punto caí de rodillas
frente al altar que yo misma había levantado.
Sigue en la pira ardiendo la hoguera
que la lluvia no fue capaz de apagar.

Pero no hay peligro.
Es sólo el interior lo que se quiebra;
todos los días siguen apostados en mis manos
y se resisten a irse.
Ni sacudiendo la cabeza consigo
que se desparrame por el suelo
lo que queda de miedo.

Tengo unas ganas de vivir bajo la piel
que no conozco ni comprendo
y aunque anegue el alma en la indiferencia,
no hay voz que me levante de este banco de piedra
desde donde ya no veo los trenes pasar.

Y aunque parezca una mentira vestida de verdad,
ni siquiera he pensado
en detenerme.

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