Me llamaban puta

Me llamaban puta. Y no me reía.
Veían en la piel el pecado sempiterno
de la llamada de un cuerpo tan herido
que curaba las heridas con salivas
tan posesas como desconocidas.
Del sólido pasé al esperpéntico gaseoso,
colándome por las rendijas de las puertas
que las bocas decentes decían
que jamás deberían ser abiertas.
Ahí va la perdida, susurraban...
Mis ojos se entornaban
para no matar con las pupilas airadas.
No estoy perdida,
estoy viviendo.
Me encuentro cada día
en cada paso que dejo marcado
en el suelo de la vida aprovechada.
Paseo con la cabeza alta,
con la satisfacción del que no pretende
malgastar la mirada
en vacíos condescendientes.
Sigo mis tratados,
sigo los latidos de un corazón ensangrentado
que bombea palabras y suspira milagros
que sólo a mí me atañen.
Y todo lo demás,
a quién ha de importarle?
A mí el mísero intento no me deja contenta.
A mí dame los hechos, las verdades humanas
que todos esconden y a la vez reclaman.
Siempre dispuesta a devorar
los diablos que esconden tus palabras,
luzco en la espalda con orgullo
todos los arañazos
que los versos desgarrados dibujaron
con tus rimas afiladas.
Soy la mujer extraña que no usa maquillaje
y se pone los tacones en el alma.
Que se bebe los permisos y le da la mano
al lado prohibido de la vida.
Yo sigo siendo mía,
mezclando mis llantos con mi risa.
Y en mis planes no está el vivir mintiendo.

Me llamaron puta. 
Yo me autofirmé dama.
Y me sigo riendo.



    

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